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Sobre la Envidia

Emiliano González Castañón
3 min readOct 9, 2022

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Últimamente he visto los logros y éxitos de amigos y conocidos. Si bien uno siempre se alegra de ver que una persona importante para ti cumple una meta o que algo bueno pasa en la vida de alguien más, hay una voz silenciosa en el fondo que opina lo contrario.

Claro que este no siempre es el caso, creo que sucede más cuando alguien obtiene o logra algo que tú mismo quieres, pero el sentimiento es raro. Desde pequeños nos dicen que no seamos envidiosos. Y es que la envidia es algo completamente natural, humano. Pero como cualquier emoción o sentimiento, no hay de que avergonzarse en sentirlo, lo que importa es que no te domine ni controle tus acciones.

La envidia es un veneno amargo y peligroso. Empieza a colarse poco a poco en tus pensamientos. Primero ves que alguien obtiene o logra algo y comienzas a decirte a ti mismo que “quizás no fue para tanto”, “tuvo suerte” o “yo fácilmente pudiera haber hecho lo mismo o inclusive más”. Es increíble como esa voz obscura comienza a desmeritar a toda costa el logro ajeno en lugar de celebrarlo, en lugar de aprender de él.

Hoy en día somos todavía más propensos a ser envidiosos. Las redes sociales nos presentan la realidad fabricada que cada persona quiere que veamos. Vemos los éxitos pero no los fracasos. Vemos un logro pero no la disciplina y obstáculos detrás de él. Vemos a la persona pero no al ser humano.

Me he puesto a analizar los momentos en donde la envidia a logrado tener mayor dominio sobre mi. Normalmente es cuando no tengo claro qué es lo que quiero. Cuando ese es el caso nos dejamos llevar por una idea prefabricada de éxito y, como no sabemos qué querer, queremos lo que los otros quieren.

En realidad cada quien tiene su proceso. Cada quien debe (o debería) definir el éxito en sus propios términos. No es fácil. Hay que mirar al vacío y hacer sentido de lo que veamos, encontrar un propósito y metas. Lo más fácil es mirar al lado y copiar las respuestas en lugar de buscar las propias. Para ello hay que enfrentar el miedo. Aceptar que hay y habrá veces donde no sabemos a dónde queremos llegar, pero está bien.

Está bien no saber.

Está bien no tener claro a dónde quieres llegar o qué quieres lograr.

Lo que no se vale es dejar de buscar las respuestas.

Así que he aprendido a aceptar mi envidia. Es como tragar una medicina amarga. Al principio me siento mal por siquiera sentir una pizca de envidia, pero luego recuerdo que soy humano y que es tan normal como sentirme feliz o triste. Y en lugar de rechazarla, la observo con curiosidad ¿Por qué siento esto? ¿Por qué pienso esto? ¿Qué está pasando en mi contexto para que haya tenido que intercambiar la alegría del éxito ajeno por la envidia?

Las respuestas quizás no sean reconfortantes, pero actúan como una brújula. Me ayudan a mejorar. Y con el tiempo, esas voces envidiosas comienzan a desaparecer y dejan que las voces de admiración, respeto y alegría suenen más fuerte.

Juzgarnos solo empeora la situación. Y desmeritar a otros es como dispararse en el zapato.

La envidia es despreciable, pero nos enseña más de nosotros mismos de lo que a veces estamos dispuestos a aceptar.

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